martes, 17 de enero de 2012

Bajo la invocación de San Jerónimo


I
Vocación

Tener el deseo de revisar una vez más "cómo se ha dicho aquello", ¾el fragmento sobre Abisag en la carta a Nepotiano, por ejemplo, donde se retoma el tópico Amplexeteur me modo sapientia..."¾, tener el deseo de releer ese pasaje, de volverlo a contar, aunque finalmente lo sepamos de memoria ¾y no lejos de esto, se escucha el ruido del mar, el suspiro y el bramido del mar¾ es la señal del alimento poético, es la marca del gran escritor.

Sin embargo, la lectura de las obras personales de Jerónimo no es un asunto tranquilo de una tarde sobre terrazas floridas a la orilla de un lago. Puede que en él se encuentre algo de encanto, aunque también de violencia dentro de la pasión, que se le atribuye a su temperamento eslavo. Nos desalentaría por su intransigencia, si no nos encantara con los rodeos de su pensamiento. No trata más que de las más altas vocaciones: sacerdotes, monjes y vírgenes consagradas. Exige la perfección y que se viva, por así decirlo, "en un estado de paraíso" y parece que, a sus ojos, lo único que cuenta es esta inmensa ambición.

Es por eso que a veces nos complacemos en hacerle algunas objeciones y, olvidando la viga que está en nuestro ojo, buscamos la paja que está en el suyo. La Carta a Laeta (CVII) nos hace caer en la tentación: ¿en qué hace pensar, pues, ese canto de triunfo sobre el abandono, la ruina y la destrucción de templos paganos, si no es en las iglesias devastadas por los iconoclastas, en los conventos demolidos por los herejes y en nuestras catedrales mutiladas por la Revolución Francesa? Un convencional hubo escrito con la misma alegría, a propósito de los edificios de culto cristiano, las palabras: "Delubra semiruta" y "templorum eversio". ¿Dios acaso querría estás ruinas de los monumentos de la piedad romana aún en las tinieblas, y no podemos creer que Él los había preparado para su culto como había preparado Roma y el Imperio para el trono de San Pedro y el centro de su Iglesia? Y cuando dijo, en la misma Carta: "Si la prudencia no puede coaccionar la fe, por lo menos que el respeto humano lo haga", pensamos en estas palabras de Lactancio: "Nada más voluntario que la religión, porque si el espíritu de aquél que se sacrifica se desvía, ésta por lo mismo queda anulada y sin valor."

Aún es más estremecedora para nosotros la Carta a Donato (CLIV de la edición Hilberg, y Revista Benedictina, 1910, pp. 5), una de las últimas cartas, por no decir la última, que es un llamado a la persecución de los herejes obstinados: "Delendi sunt, spiritaliter occidendi, immo Christi mucrone truncandi"... y eso contra la opinión del Papa Bonifacio que se esforzaba en hacerlos volver mediante la clemencia y la dulzura. Aquí también le oponemos una frase del mismo pasaje de Lactancio: "Defendenda est enim religionem occidendo, sed moriendo... Nam si sanguine, si tormentis, si malo religionem defendere velis, jam non defendetur illa, sed polluetur, ac violabitur".

Pero a veces pasa que la tempestad jeronimiana nos lanza sobre alguna cima que ni Cicerón ni Séneca hubiesen previsto y es donde nuestra fe se fortifica y prospera en una religión que la caridad refresca y el amor ilumina. Sobre todo San Jerónimo nos deja el cuidado de espigar en su campo después una abundante cosecha que hacen bajo su dirección las almas santas apasionadas. Por lejos que estemos de su ideal de perfección, tiene a bien recordarnos las máximas evangélicas y apostólicas menos arduas: "El que no trabaja no debe comer" y "La limosna cubre una multitud de pecados". Nos pone sobre aviso contra el pecado de la soberbia: nos habla de la fidelidad en las pequeñas cosas y alaba al sacerdote que examina con diligencia si el altar está brillante, si los muros de la iglesia están limpios, si el adoquinado está bien barrido.

Es por ello que, pensando reconocer en mí una vocación de escritor, desconfiaré de la obra personal, que puede ser también, a mis espaldas, obra de vanidad e inútil al mundo y seguiré su ejemplo de traductor, haré de mi arte un oficio, minucioso, complejo y modesto ¾"el piso bien barrido"¾ y el arte, si se me da por añadidura, se aplicará en primer lugar a este oficio. Trabajando tendré el derecho de comer y, una vez que haya progresado en el oficio de traductor, podré a mi vez hacer que el prójimo aproveche mi experiencia.



SOUS L'INVOCATION DE SAINT JÉROME
I. VOCATION.
Valéry Larbaud, La nouvelle revue française (Año 30, número 340. 1ro. de junio de 1942).

Traducción: David De la Luz





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